CARTA
ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
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Fe y familia
52. En el camino de Abrahán
hacia la ciudad futura, la
Carta a los Hebreos se
refiere a una bendición que
se transmite de padres a
hijos (cf. Hb 11,20-21). El
primer ámbito que la fe
ilumina en la ciudad de los
hombres es la familia.
Pienso sobre todo en el
matrimonio, como unión
estable de un hombre y una
mujer: nace de su amor,
signo y presencia del amor
de Dios, del reconocimiento
y la aceptación de la bondad
de la diferenciación sexual,
que permite a los cónyuges
unirse en una sola carne
(cf. Gn 2,24) y ser capaces
de engendrar una vida nueva,
manifestación de la bondad
del Creador, de su sabiduría
y de su designio de amor.
Fundados en este amor,
hombre y mujer pueden
prometerse amor mutuo con un
gesto que compromete toda la
vida y que recuerda tantos
rasgos de la fe. Prometer un
amor para siempre es posible
cuando se descubre un plan
que sobrepasa los propios
proyectos, que nos sostiene
y nos permite entregar
totalmente nuestro futuro a
la persona amada. La fe,
además, ayuda a captar en
toda su profundidad y
riqueza la generación de los
hijos, porque hace reconocer
en ella el amor creador que
nos da y nos confía el
misterio de una nueva
persona. En este sentido,
Sara llegó a ser madre por
la fe, contando con la
fidelidad de Dios a sus
promesas (cf. Hb 11,11).
53. En la familia, la fe
está presente en todas las
etapas de la vida,
comenzando por la infancia:
los niños aprenden a fiarse
del amor de sus padres. Por
eso, es importante que los
padres cultiven prácticas
comunes de fe en la familia,
que acompañen el crecimiento
en la fe de los hijos. Sobre
todo los jóvenes, que
atraviesan una edad tan
compleja, rica e importante
para la fe, deben sentir la
cercanía y la atención de la
familia y de la comunidad
eclesial en su camino de
crecimiento en la fe. Todos
hemos visto cómo, en las
Jornadas Mundiales de la
Juventud, los jóvenes
manifiestan la alegría de la
fe, el compromiso de vivir
una fe cada vez más sólida y
generosa. Los jóvenes
aspiran a una vida grande.
El encuentro con Cristo, el
dejarse aferrar y guiar por
su amor, amplía el horizonte
de la existencia, le da una
esperanza sólida que no
defrauda. La fe no es un
refugio para gente
pusilánime, sino que
ensancha la vida. Hace
descubrir una gran llamada,
la vocación al amor, y
asegura que este amor es
digno de fe, que vale la
pena ponerse en sus manos,
porque está fundado en la
fidelidad de Dios, más
fuerte que todas nuestras
debilidades.
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